La incondicionalidad del amor

Desde hace algunos años mi trabajo consiste en expresar el sentir de una manera comprensible, para que el ser humano vuelva a conectar con su esencia, a través de mi trabajo personal y con otras personas. Es curioso, porque es una labor sin fin, como la de limpiar la casa o cocinar para la familia, en cuanto acabas, tienes que seguir con otra cosa e incluso a veces empezar de nuevo.

Aun así es, para mí, algo irremediable y forma parte de una búsqueda que sé que nunca acabará. Incluso después de que mi cascarón físico desaparezca, mi alma seguirá su búsqueda y su aprendizaje; y si ese aprendizaje puede servir para la búsqueda de otras almas, entonces, habrá merecido la pena…

El tema del artículo de hoy es el amor incondicional, no quería hablar de esto aún, unas cadenas invisibles me lo impedían.

Anoche, me di cuenta de que hoy era mi aniversario, cumplo 29 años con el mismo hombre a mi vera; así que me senté en la cama y de pronto, las cadenas se soltaron.

Tú interpretarás mis palabras desde tu mirada y yo las sangraré sin nada que perder.

Para los que están un poco en el mundo de la espiritualidad, les parecerá raro relacionar mis años de pareja con el amor incondicional. Muchos hablan del amor físico, y el amor divino, como cosas que no se pueden interconectar o que casi nunca lo hacen. Todos aman incondicionalmente hasta que dejan de hacerlo.

Incluso el amor maternal es supuestamente incondicional, hasta que tu hijo hace algo que no te gusta o te hace algún tipo de daño o te lo “roba” otra u otro, y la incondicionalidad se vuelve un recuerdo.

Entonces. ¿Qué es?. ¿Es una utopía?.

El amor incondicional nos lo da la coherencia, la verdadera coherencia entre tu cuerpo (la química), tu mente (lo que piensas), tu corazón (lo que sientes), y tu alma (lo que eres).

En tu cuerpo físico hay campos de vórtice, de energía podríamos decir, igual que en la tierra y en el cosmos. Nuestros campos están conectados con los de la tierra y con los del cosmos, y se pueden sentir físicamente.

Una forma fácil de entenderlo es el orgasmo, un orgasmo es uno de esos campos de vórtice abriéndose ligeramente (tan ligeramente como a ti te parezca).

Tenemos un vórtice en los genitales, otro en los órganos reproductores, otro en el corazón y otro en la cabeza.

Cuando sientes la química física, ya sea a través de un orgasmo, el tacto, el olor o incluso la imagen de alguien, estás empezando a abrir una mirilla hacia el amor divino. Si te quedas ahí solamente, te encontrarás con un poco de placer momentáneo.

Ahora nos vamos a los órganos reproductores, físicamente las mujeres podemos sentir el momento de la concepción y los hombres la necesidad imperiosa de que algo infinito le una a esa mujer. Puedes no darle importancia y luego dejar que la vida te aleje de ahí, pero si hubo una apertura es porque otra pequeña mirilla se abrió para ti.

Los ejemplos que pongo son para ilustrar lo que digo, pero esas mirillas también se abren cuando algo nos produce mucho placer en el primer ejemplo o cuando la creatividad se abre camino en el segundo.

Seguimos hacia el campo del corazón, hacia la emoción, lo que te llena, lo que te alimenta, lo bello, lo envolvente, lo confortable, esa sensación de que podrías quedarte allí por siempre. Puede ser que una persona te despierte esa sensación, o un gesto, o un abrazo, o una actividad, o un animal hermoso, o un paisaje sobrecogedor, etc.

¡En esta mirilla tienes que poner atención, porque se abre muchas veces y no lo advertimos!

Luego está el de la mente, aquí está el canal, el teléfono descompuesto, el móvil siempre ocupado que nadie puede apagar. ¡Aquiétate! Dicen algunas, ¡muchas!, escrituras, porque ahí encontrarás la verdad. Solo nos podemos comunicar con una mente en calma.

Cuando consigues abrir cada campo por separado, ellos automáticamente se conectan con los campos divinos, los de los elementos que nos conforman. Si no prestas atención, pasarán por ti como pequeñas descargas eléctricas; pero si pones atención, entonces habrá un despertar.

Si hay un despertar y una cierta curiosidad, entonces puedes probar, practicar, abrir los vórtices, y cuando lo consigues, aunque sea por un mínimo instante, por fin entiendes el amor incondicional.

No hace falta ser un monje en el Tíbet, ni flotar, ni hablar como si tus palabras fueran una melodía…

Lo que sí hace falta es ESTAR y SER.

En la vida física podemos sentirlo, incluso aunque luego la vida y nuestras reglas personales sobre lo que aceptas o no, o lo que te parece bien o no, o lo que estás dispuesto a dar o no… te permitan continuar con unas u otras relaciones físicas.

Independientemente de ello, cuando pones atención a las señales mágicas que te da el cuerpo, la mente, el corazón o el alma, en esos ratitos en dónde todo se alinea, podrás vislumbrar los hilos invisibles.

Los hilos invisibles no podrás cortarlos, aunque tu ego se esfuerce, los hilos invisibles te hacen mirar en la dirección correcta siempre.

Ahí es dónde reside el amor incondicional, va mucho más allá de tu cuerpo, de tu emoción y de tu mente, pero lo puedes sentir con tu cuerpo, tu emoción y tu mente.

Fuiste creado para ello. No te desperdicies.

Con Amor (incondicional)

~ Ara

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